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Cuidados de un familiar: ¿Cuándo pedir ayuda?
Muy a menudo, al responsabilizarnos de los cuidados de un familiar, no sabemos en qué momento debemos pedir ayuda y apoyos adicionales externos.
Pecamos, muchas veces, de suponer que vamos a ser capaces de sobrellevar una carga de la que no somos plenamente conscientes, en los inicios, de lo que va a suponer a largo plazo y de querer hacerlo todo solos.
«¿Quién va a cuidar y entender las necesidades de mi ser querido mejor que yo?», nos decimos. «Al fin y al cabo nadie le conoce tanto como le conozco yo», nos aseguramos auto convenciéndonos de ello.
Nos cuesta soltar, delegar, pedir que nos ayuden y buscar soporte adicional. Y tendemos a sobreproteger a esa persona amada, como es comprensible.
Los queremos blindar al máximo al verlos vulnerables. Pero podemos acabar cometiendo el gran error de que se genere, con esa actitud, una insana co-dependencia entre la persona dependiente y quien le atiende.
Y llegar a perder la visión objetiva de la realidad ante la que nos enfrentamos. Cuidar representa un peso brutal para los cuidadores familiares principales y la propia familia, hablemos de la dependencia que hablemos y más si existe una enfermedad neurodegenerativa de por medio.
Los cuidadores familiares y la soledad
Entre el 92 y 94% de los cuidadores familiares realizan su labor desde la soledad. Es decir, no acuden a ningún tipo de asociación, ni buscan una asistencia profesional para reforzar la ardua tarea que supone estar pendiente de alguien 24 horas al día, 7 días a la semana, durante un número de años indeterminado.
Tendemos a pensar que no estará en mejores manos que las nuestras, que una persona ajena a nuestro entorno no podría hacerlo mejor que su familiar, que ésta nunca va a conocer plenamente al enfermo y cubrir sus necesidades como lo podemos hacer nosotros.
A todo esto hay que añadir, también. El posible sentimiento de culpa que puede aflorar en nuestro interior si interpretamos que el acudir a profesionales es una manera de no estar dispuestos a sacrificarnos por completo por quien nos lo dio todo y que le estamos fallando.
Que somos egoístas por no estar constantemente a su lado o que si decidimos introducir a alguien externo en el cuidado, automáticamente vamos a dejar de ser su cuidador principal.
Y eso no es así.
Dejar de lado la culpa y pedir ayuda
Debemos dejar de lado la culpa, los miedos y la creencia de que no vamos a seguir siendo su referente principal si integramos el apoyo de un asistente profesional y cualificado.
Pedir ayuda es saber que uno no puede cuidar como el enfermo se merece, ni otorgarle la mayor calidad de vida que deseamos brindarle.
Si no estamos bien, si estamos agotados física y psicológicamente por el alto nivel de demanda que una dependencia ejerce sobre el cuidador familiar, no solo estaremos poniendo en riesgo nuestra propia salud sino a la par la de nuestro ser querido involuntariamente.
Un cuidador quemado, desgastado y agotado no está capacitado para darle a su ser querido la asistencia adecuada.
¿Cuándo debemos pedir ayuda para los cuidados de un familiar?
Cuando sabemos internamente que la dependencia nos exige más de lo que podemos dar. Cuando no podemos seguir su ritmo. Cuando el cuidar afecta nuestro estado de ánimo y comienzan a producirse cambios en nuestra actitud. Cuando, en definitiva, nos vemos atrapados en una espiral que lo único que hace es empujarnos hacia abajo. Y esa ayuda debemos pedirla y buscarla no cuando llegamos al límite de nuestras fuerzas sino cuando empezamos a detectar que la situación nos desborda.
¿Por qué es importante pedir ayuda y cómo puede mejorar nuestro cuidado y el de nuestro ser querido?
Es importante hacerlo por nuestro bien físico, psicológico y emocional y el de nuestro dependiente. Nos lo debemos y se lo debemos.
Si pretendemos cuidar en solitario acabaremos teniendo dos enfermos y personas que necesitan cuidados en lugar de una.
Porque si no estamos al cien por cien, no vamos a ser capaces de actuar y tomar decisiones con objetividad.
Porque siempre tenemos que poner la calidad de vida del enfermo por delante de la nuestra sin olvidarnos tampoco de que tenemos el derecho y deber de cuidarnos, y saber cuándo poner límites si las demandas de la dependencia nos ahogan.
Contratar a un asistente profesional nos ofrecerá tranquilidad, seguridad, tiempo para cuidarnos y descansar.
Lo que se traducirá en que cuando seamos nosotros los que estemos asistiendo a la persona, lo hagamos con ganas, fuerzas y una actitud positiva.